Rusia y Plutón son aproximadamente del mismo tamaño.


Rusia es mas grande que Plutón. Rusia mide 17.045.400 kilómetros cuadrados. La superficie de Plutón se estima en 16.650.000.

El 24 de agosto del 2006, Plutón descubrió que había estado viviendo una vida falsa. Alguien le había dicho que era un planeta y, durante 76 años terrestres, había alardeado con el título de ser el último y más lejano príncipe del sistema solar. Ese día, sin embargo, los astrónomos humanos cambiaron las condiciones de entrada al club planetario y lo dejaron con uno menos.

Es más, le dijeron los científicos a Plutón, usted nunca fue un planeta. Qué pena, pero alguien le mintió.

La exclusión se sumó a una larga lista de decepciones para quien fuera el residente del número 9, calle planeta, sistema solar: un padre ausente en su nacimiento; el surgimiento de otros objetos que llegaron a competir con él; una persecución por gran parte de la comunidad científica terrestre y la desgastante tarea de vivir siempre, cada año, cada milenio, cada era, a la sombra de ocho planetas más grandes.

Nosotros, los terrícolas, no siempre supimos que esos ocho planetas estuvieron ahí y mucho menos que Plutón existía. Antes de que naciera y cayera el imperio romano, los antiguos, tirados de espaldas en el campo, miraban solo cinco luces moverse en el cielo nocturno. Los griegos, tan prácticos, las llamaron aster planetes o estrellas errantes, y de ahí heredó el español la palabra “planeta”.

Después, llegaron los telescopios a seducir a los astrónomos y apareció Urano en 1781 y Neptuno en 1846. Esos ocho planetas dominaron nuestro sistema solar hasta que un muchacho nacido en un pueblito agrícola de Illinois, Estados Unidos, se asomó durante meses a uno de los telescopios más poderosos del mundo. El 14 de marzo de 1930, The New York Times publicó en primera plana: “Noveno planeta descubierto en el borde del sistema solar; primero en 84 años”.

Los años siguientes, sin embargo, no fueron fáciles. Varias mediciones de su masa y volumen, hechas en el siglo XX, y el descubrimiento de ciertos objetos similares durante los primeros años del 2000 en el Cinturón de Kuiper (una zona en forma de disco con millones de objetos casi congelados, más allá de Neptuno) pusieron a los astrónomos del mundo en una encrucijada: ¿qué es Plutón y qué hacemos con los demás objetos?

El 24 de agosto del 2006, luego de diez días de discusiones en su cumbre trienal, 424 astrónomos de la Unión Astronómica Internacional (UAI) llegaron, por votación, a una polémica definición de “planeta”. Y Plutón, aún siendo tan pequeño –o tal vez por eso–, ya no cabía.

El culpable

Mike Brown es astrónomo; es decir, una persona que huye profesionalmente de la luz del día. Aunque usualmente el amanecer cierra su jornada, la madrugada del 24 de agosto de aquel 2006 llegó recién bañado a encontrarse con los medios de prensa en la Universidad de Caltech, en California, listo para explicar en vivo el resultado de la votación que estaba dándose en Praga.

A las puertas del primer derrocamiento planetario en el sistema solar, todas las televisoras querían tener frente a sus cámaras al culpable comentando el resultado.

Plutón, antes de Mike Brown, y Plutón después de él, son dos objetos totalmente diferentes. En los “años a.M.B.” Plutón era el noveno planeta del sistema solar; en la era “d.M.B.”, se transformó en 134340 Plutón, uno de los cinco planetas enanos que orbita alrededor del Sol.

Mike Brown descubrió a Eris –que aceleró la caída de Plutón– y a los planetas enanos Haumea y Makemake. (THE NEW YORK TIMES)

En enero del 2005, Brown había hallado un objeto orbitando alrededor del Sol más allá de Plutón, y sentenció sin querer al noveno planeta. Por esousa en Twitter el nombre de usuario @plutokiller. El descubrimiento de Brown –al que llamó provisionalmente Xena, por la princesa guerrera (esto no es broma)– era más grande que Plutón. Eso planteaba la interrogante de si este último dejaba de ser planeta o si más bien Xena se unía al sistema solar como un nuevo miembro.

La opción lógica era ser buenos anfitriones e invitar al nuevo planeta a unirse, aplaudirle a quien lo descubrió y cambiar los libros de texto: ahora serían 10 planetas. La Unión Astronómica Internacional tuvo una idea similar y estableció una comisión para definir qué era un planeta.

¿Algún lector recuerda haber recibido una definición de “planeta ”cuando estudió en primaria? No la había.

Antes de Mike Brown, cuando Plutón todavía tenía en su billetera la membrecía planetaria, nadie había definido científicamente el concepto. Así que la UAI mandó a hacerlo y pidió que la tarea estuviera lista antes de su cumbre mundial, prevista para agosto del 2006.

El resultado fue algo así: “un objeto es un planeta si orbita alrededor del Sol, tiene tanta masa que logra alcanzar equilibrio hidrostático (es decir, es redondo) y no es una estrella o un satélite”.

En esta definición entraban cómodamente los nueve planetas clásicos y también quedaba campo para Xena, Ceres (ubicado en el cinturón de asteroides, entre Marte y Júpiter, y descubierto en 1801) y Caronte, el satélite de Plutón. Ellos dos pasarían a ser un planeta doble, de acuerdo con la nueva regla. Quedarían 12. Ya no podrían contarse con los dedos de las manos, es cierto, pero ningún sistema es perfecto. La Unión decidió que el asunto estaba zanjado y se sentó a esperar que fuera 16 de agosto, fecha en que comenzaría la conferencia.

El fraude

Cien años antes, un estadounidense llamado Percival Lowell comenzó a buscar un objeto más allá de Neptuno. No sabía qué era, ni dónde estaba, ni cómo se veía, ni cuándo iba a hallarlo (o si iba a hacerlo), pero empezó una cruzada para encontrar lo que él llamó el “Planeta X”. A Lowell, sin embargo, le pasó las de Magallanes en su empresa de darle la vuelta al mundo y murió antes de cumplir su sueño.

Tras la ausencia de su líder, los regentes del Observatorio Lowell encargaron el proyecto a un muchachillo de 23 años, sin título ni experiencia en astronomía, llamado Clyde W. Tombaugh.

Este hurgó por todo el firmamento, comparando centenares de fotos del cielo nocturno en busca de un puntito de luz que se moviera. Noche a noche, si se calibraba el telescopio a la rotación y traslación de la Tierra, las estrellas más distantes mantendrían su posición y serían solo los planetas o los objetos similares los que se moverían.

Finalmente, el 18 de febrero de 1930, el joven encontró su luz errante. Confirmó sus datos durante casi un mes y después lo anunció al mundo. Habemus planeta.

Plutón no fue un “planeta-gol”, sino un “planeta-esperado”. A mediados del siglo XIX, cuando había siete planetas, la órbita de Urano tenía ciertas perturbaciones que sugerían que algo más lo estaba afectando y un astrónomo francés había logrado predecir la posición del planeta culpable desde la comodidad de su despacho. Su hallazgo podría expresarse en la ecuación: observaciones astronómicas + mecánica newtoniana + meses de trabajo = Neptuno.

Como el tamaño conocido del octavo planeta no justificaba la totalidad de las alteraciones a Urano, Lowell esperaba encontrar su Planeta X siguiendo el mismo método. Ahora sabemos que fue un tiro al aire. Nuevos cálculos hechos en 1992 con los datos que mandó a casa el Voyager 2 optimizaron la masa del octavo planeta y explicaron, ahora sí, todas las alteraciones a la órbita de Urano.

Pero Plutón comenzó a morirse cuando se descubrió su satélite, en 1978, y pudo calcularse con precisión su masa, que se creía similar a la terrestre. Ahora sabemos que tiene solo 0,26% de la masa de la Tierra; que su diámetro es menor al de la Luna; que su órbita está inclinada 17° con relación a las de los ocho planetas; que tiene una luna de casi la mitad de su tamaño y que se cruza con la órbita de Neptuno, lo cual no es normal entre colegas planetas. Y ahora también sabemos que, al menos en lo que respecta a Urano, este tipo no tiene nada que ver con nada.

El motín

Mientras Brown manejaba por las calles de Pasadena, California; en Praga había al menos 237 astrónomos dispuestos a rescindirle el contrato a Plutón.

La primera avanzada la lideró el uruguayo Julio Ángel Fernández, quien presentó una nueva propuesta el 18 de agosto. Sí a lo redondo, sí a que orbite alrededor del Sol, sí a que no sea satélite o estrella... pero falta algo.

Un planeta debe demostrar ser la fuerza dominante en su zona. Un planeta debe poder limpiar su población local de objetos y someterlos a su fuerza gravitacional o expulsarlos de su camino. Un planeta –según Fernández y los otros 50 (de 68 presentes) que apoyaron esa idea– debe tener algo de matón. Y Plutón tan chico.

En Praga, los disidentes entraron en actitud de guerrilla. Escribieron centenares de correos electrónicos, pasaron lápices y hojas para firmar en apoyo al cambio y crearon un revuelo inédito en las soporíferas citas que tenían lugar cada tres años.

El 22 de agosto, tras cuatro días de presión, la UAI presentó por la mañana una tímida reforma a la definición y anunció dos asambleas generales para discutir el tema durante la jornada.

Con el futuro de Plutón sobre la línea, los astrónomos lograron la atención de la prensa y, desde los burós de Praga, llegaban cables e informaciones por docenas. La agencia alemana DPA relató que un científico, exaltado le recriminó al panel moderador estar “cometiendo una ofensa”, mientras que otro terminó gritando cuando propusieron cambiar de tema. Los periodistas de la agencia AP reportaban que “tras días de debate enérgico y a veces combativo, los renegados habían logrado ciertos avances clave”.

Tenían razón. Al terminar ese día, el comité ejecutivo había aceptado el texto sustitutivo e incluso la rebelión logró que Plutón, Xena, Ceres y los demás fueran planetas-enanos; así, con guion en medio, para que “enano” no fuera solo un adjetivo

Un último levantamiento ocurrió cuando la UAI ignoró el guion y presentó el concepto de “planeta enano” en el borrador final. Los rebeldes aceptaron el reto, acuñaron su propio término (“planetinos”) e imprimieron pancartas con la palabra. Unos 15 científicos –cada uno con al menos un doctorado– desfilaron por pasillos y salones con los carteles en alto, protestando contra el comité ejecutivo. Esta vez, sin embargo, no ganaron.

El guion no volvió a aparecer y la nueva palabra murió en sus primeras horas de vida. Era hora de votar.

La votación

Los astrónomos son de los profesionales que históricamente han tenido más contacto con la tecnología. Para muestras, las sondas Voyager , la Estación Espacial Internacional, los millonarios telescopios de los observatorios o el Curiosity rodando por Marte. Es un gremio que debería estar libre de tecnofobia.

Aun así, el único método disponible para votar en la sesión plenaria que cerró la cumbre de la UAI fue un papel amarillo. ¿Quién a favor de esta moción? Levante el papel. ¿Quién en contra? Levántelo. ¿Alguien se abstiene? Sí, su papel.

Venetia Burney, una inglesa que en 1930 tenía 11 años, fue quien sugirió llamar Plutón al recién descubierto planeta.

Esto significó que solo una pequeña fracción de la comunidad astronómica mundial –aquellos que pudieron pagar el viaje a Praga y estaban físicamente en el auditorio– pudo tomar partido oficial-mente, aunque hicieron su motín por correo electrónico o por teléfono. En el voto clave, el que definiría la “planeteidad” de Plutón, hubo 237 científicos a favor de declararlo un planeta enano, 157 en contra y 30 abstenciones. Eso fue.

Algunas ausencias notables: Alan Stern –director del programa New Horizons, sonda de la NASA que llegará a Plutón en el 2015–, Owen Gringerich –coordinador del panel para definir el concepto de “planeta”–; Timothy Spahr – director del Centro de Planetas Menores de la UAI–, Mark Sykes –director del Instituto de Ciencia Planetaria, líder en el campo–, Mike Brown – el descubridor de tres de los cinco planetas enanos (Haumea, Makemake y Xena, ahora renombrada Eris, por la diosa griega de la discordia)–.

Cuando terminó todo y los astrónomos dejaron de agitar sus papeles amarillos, el sistema solar tenía ocho planetas. Desde el campus de Caltech, Mike Brown llamó a su esposa, como lo había hecho 18 meses atrás al descubrir a Xena. “Plutón está muerto”, le dijo.

El duelo

Todos hemos sabido durante años que Plutón era un tipo raro: pequeño, flaco, excéntrico. Más chico que la Luna, mucho menos masivo, incluso, que siete satélites del sistema solar, con menos superficie en kilómetros cuadrados que Rusia o Suramérica, poseedor de una tóxica atmósfera hecha de nitrógeno, metano y monóxido de carbono y dueño de la única órbita que invade la de otro planeta. Mas pese a todo esto, siempre se tuvo la certeza de que era un planeta.

Por su inmensidad y su lejanía, los planetas han sido de las pocas cosas de las que podíamos estar seguros.

De nada sirve memorizar cada año cuántos países hay si han nacido 35 desde 1990 y toca revisar Wikipedia para recordar si Kosovo es o no una nación independiente. Pero si algo sabíamos sin dudar, es que en el cielo había nueve planetas y hasta podían ser nombrados.

Ahora, nuestros hijos y los hijos de sus hijos van a aprender en la escuela que el sistema solar tiene ocho planetas y tal vez no sepan nunca del principito exiliado que vivía en la última casa del barrio.

Ese fue el temor de muchos en los días inmediatos a aquel 24 de agosto. En menos de seis días, 300 astrónomos –incluyendo a Sykes y Stern– firmaron un documento de protesta que enviaron a la Unión Astronómica Internacional el 31 de agosto del 2006: “Nosotros, como científicos planetarios, no estamos de acuerdo con la definición de planeta de la UAI ni la usaremos. Una mejor definición es necesaria”. El amotinamiento continuó: el proyecto New Horizons de la NASA –que mandó una sonda hacia Plutón en enero del 2006 y espera alcanzarlo en el 2015– anunció que seguirá llamándolo “planeta” y el Senado del estado de Illinois, donde nació Clyde W. Tombaugh, aprobó una ley declarando a Plutón un planeta “en tanto pase por el cielo nocturno” de ese estado.

Para el resto del mundo, Plutón es ahora uno de los cinco planetas enanos (junto con Ceres, Eris, Makemake y Haumea, los últimos tres descubiertos por Brown) y su nombre oficial es 134340 Plutón. Si a los astrónomos en Praga les preocupaba que se llenara la lista de planetas, ahora probablemente pasará eso con los planetas enanos, pues existen 396 objetos que posiblemente califiquen para esa categoría.

A pesar del motín, la discusión astronómica bajó de tono y en la siguiente reunión mundial, celebrada en Río de Janeiro en el 2009, Plutón no fue mencionado. El tema repuntó, eso sí, cuando, en el 2010, Mike Brown dijo que se había equivocado: una nueva medición del tamaño de Eris, más precisa, había determinado que era imposible saber cuál era más grande. El margen de error no lo permitía.

A los amantes de Plutón en todo el mundo les quedó una pregunta. Ya que Eris y el otrora noveno planeta del sistema solar son esencialmente del mismo tamaño, ¿eso significa que Plutón sí es un planeta de verdad?

No.

Fuente: Nación

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