La felicidad disminuye con el tiempo, ¡pero después vuelve a aumentar!


Según un estudio, el nivel de felicidad de una persona promedio va disminuyendo con el tiempo hasta los 45 años, que es cuando vuelve a aumentar.

Se dice que de niños llevamos una existencia despreocupada; de adolescentes, una miserable y confusa; de adultos tomamos las riendas de nuestras vidas; de ancianos nos volvemos a deprimir y amargar.

Pero la realidad es algo diferente: se estudiaron a más de 500,000 personas en 70 países, desde Suiza hasta Ecuador, desde China hasta Rumania. Se encontró un patrón en forma de U: de niños irradiamos felicidad, y con el tiempo nos vamos deprimiendo hasta la crisis de mediana edad; después, nuestra felicidad vuelve aumentar con el paso de los últimos años.

Se pensó en diferencias generacionales, en el estrés laboral y del cuidado de los hijos. Pero el estudio sí contempló decenas de factores: estado civil, educación, empleo, ingreso y más.


La respuesta vino cuando el Prof. Andrew Oswald y sus compañeros de la Universidad de Warwick encontraron el mismo patrón en U en los grandes simios (se analizaron a partir de los testimonios de los cuidadores de 508 simios).

Ahora se sabe que el patrón de la felicidad no se debe a los factores socioeconómicos, sino que es un rasgo natural. Se puede explicar por dos grandes razones.

Primero: la supervivencia de los más felices. Quienes llevan una vida depresiva, estresante o tensa, mueren prematuramente. Así que los individuos que fueron entrevistados son los más alegres.

Segundo: las estructuras cerebrales. Conforme crecemos, nuestros cerebros se desarrollan y luego se deterioran. Nuestros lóbulos frontales maduran con los años, cuando cumplimos 20 sus funciones son óptimas. Luego, a partir de los 45, sus funciones se comienzan a perder.

¿De qué se encarga el lóbulo frontal? De cierta forma es el encargado de mirar hacia el futuro, es el que planifica, secuencia y orienta nuestros actos. El hecho de que de niños seamos más despreocupados es porque no estamos al pendiente de las consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer. Cuando llegamos a la vejez ya no nos es posible (¿y qué caso tiene si ya sabemos que estamos en la recta final de nuestras vidas?).

De igual forma ¿qué caso tiene preocuparnos en cualquier punto, a cualquier edad? No podemos tener planeado cada uno de nuestros siguientes pasos. Si lo reflexionas, querer dibujar todo un futuro es exigirle mucho a un cerebro. Además, la vida nos ha demostrado que da giros y que nos presenta retos imprevistos, accidentes u oportunidades. ¿Por qué no mejor relajarnos un poco y volver a vivir para el presente?

Fuente: Mamá Natural

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